El maximalismo es un nuevo sistema de creación artística y ecléctica que refleja la necesidad de fraguar un arte más complejo y elaborado.
Esta tendencia defiende las soluciones extremas. Plantea la incorporación de elementos o piezas determinantes. Hace foco en objetos, colores o formas que aportan riqueza. Su variante más insigne es la mezcla de estilos, es decir, intervenir un espacio con piezas o texturas disímiles (lo étnico con lo moderno, lo rústico con lo natural).
No se trata de recargar sino de combinar con precisión y buen gusto. Se trata de mostrarle al espectador una obra de arte en cada objeto y elemento. Le muestra una infinidad de materiales usados de manera creativa, elegante e inusual.

Los movimientos artísticos que han ido sucediéndose a lo largo de la historia han alternado exuberancia y sobriedad de manera periódica.
Esta tendencia a invertir sofisticación y sencillez se observa ya en la comparación de dos corrientes tan tempranas como el arte románico y el gótico: el primero generó unas formas simples y depuradas forzado por una técnica casi inexistente, mientras que el segundo creó geometrías más complicadas gracias a avances en los sistemas constructivos. Tan solo en la comparación de la iglesia de Sant Climent de Taul en el Pirineo Catalán, con la Catedral de Chartres al suroeste de París, se percibe el gran salto estilístico entre la simplicidad de una y la complejidad de la otra.
Esta tendencia vuelve a repetirse en sucesivas corrientes artísticas, por ejemplo en la transformación de las líneas simples del clasicismo en la profusión del ornamento en el barroco, que llenó las edificaciones de volutas, ménsulas, zócalos y cornisas. Asimismo y ya entrado el Siglo XX el movimiento moderno que pretendía economizar formas y materiales precede al postmodernismo en los años 80, donde desaparece el ángulo recto y la geometría se complica para ofrecer una gran variedad de resultados.

Vuelve alternarse el ciclo y a principios de los años 90 nace el minimalismo, una tendencia que pretende ofrecer un descanso después de la opulencia del postmodernismo y del descontructivismo. Pese a ser interpretado de múltiples maneras como herencia de la arquitectura cisterciense, como evolución de las líneas artísticas de los años 70 o como una lectura de la austeridad japonesa, siempre se ha materializado según un mismo esquema: mediante la reducción del arte a conceptos básicos de espacios, luz y maza. Esta inclinación a perseguir la simplicidad se convirtió en una moda, y el color blanco, los ángulos rectos y la sutileza como estrategia de diseño se explotaron hasta la saciedad, saturando a creadores y clientes.

Como respuesta a esa saturación, ha aparecido un nuevo sistema de creación artística que refleja la necesidad de fraguar un arte más complejo. Clientes y diseñadores pretenden reproducir en los proyectos sus necesidades, sus apetencias e incluso sus caprichos. Después de más de 10 años de supremacía de la austeridad se vive con ilusión un cambio estético que celebra la variedad y pluralidad.
En esta nueva sensibilidad, se han atrevido a bautizarla con el nombre maximalismo, agrupa las intenciones de los diseñadores que están construyendo una nueva modernidad compleja y ecléctica.
El maximalismo es una tendencia que da lugar a expandir en su totalidad un ambiente. Explota cada elemento contribuyendo así a la forma de mezclar la funcionalidad con ambientes artísticos. De esa manera crea interiores originales e inusuales, de entornos dinámicos a la vez que hace sentir acogidos a quienes contemplan su estructura.
Este nuevo estilo trata de dejar atrás el Minimalismo conocido por sus ambientes de líneas limpias y simples, estilo austero, colores fríos, paredes lisas e iluminación disimulada y con su enmarcado lema de “menos es más”.
Esta nueva sensibilidad agrupa las intenciones de los diseñadores que están construyendo una nueva modernidad compleja y ecléctica.
Como ocurre con toda corriente estética que nace con fuerza, el Maximalismo ha sacudido todas las disciplinas e incluso ha servido para que éstas se hayan combinado y hayan dado lugar a nuevas materias multidisciplinarias. El diseño de moda, tan precursor como siempre, fue uno de los primeros campos donde el maximalismo empezó a olfatearse. La ropa calvinista ha desaparecido de las pasarelas para dejar paso a prendas que combinan distintos materiales: cuero, charol, gasa y tachuelas impregnan la ropa de firmas como Dolce & Gabbana, Versace o Vivianne Westwood. Hasta la serenidad de Giorgio Armani se ha visto alterada con la incorporación de tejidos opulentos y vistosos.
El diseño industrial también está viviendo una transformación: la comodidad de los muebles ya no es suficiente; además, se busca la originalidad mediante formas y colores singulares. Estanterías en forma de olas y sofás peludos, mesas con patas curvas, abrelatas en forma de animales… y un sin fin de objetos que sorprenden porque mezclan funcionalidad e imaginación.
El Maximalismo también ha transformado disciplinas como la joyería, el cine, la literatura o el diseño gráfico, que se rigen por instrumentos conceptuales y técnicos que buscan las ambigüedades, las tensiones y los órdenes transgredidos.
La arquitectura y el diseño interior son, sin embargo, las disciplinas donde estos cambios son más perceptibles y en algunos casos más exagerados. Los diseñadores han dejado hasta ahora el omnipresente hormigón pintado de blanco y han empezado a levantar sus edificios con fusión de nuevos materiales como las planchas metálicas corrugadas o los cristales capaces de cambiar su translucidez en cuestión de segundos. El ornamento ya no es delito; las telas, los acabados sofisticados, la mezcla de muebles antiguos y futuristas conforman ambientes ricos en sensaciones donde la única pero suficiente utilidad es la belleza.